jueves, 12 de abril de 2012

TENGO SED...

No se oye sino el grito del tormento de la sed. El que dice “tengo sed” es el verbo divino, y de nuevo se nos abre el misterio de la encarnación.

La sed era el tormento de los crucificados. No es extraño que Jesús sintiese. Todos los que estaban a su alrededor oyeron este lamento. Esta es una palabra muy humana. Nada humano fue ajeno a la vida de Jesús, menos el pecado. Hay que creer en un Jesús agobiado por el dolor, que nos conmueve a la compasión y a la vez nos perturba por la implacable lucidez de su espíritu.

¿Cuál es el sentimiento que nos penetra hoy en nuestros corazones? Es cuchemos nuestros sentimientos un momento. ¿Qué escritura se cumple en esta sed de Cristo? El evangelista que nos narra esta palabra está pensando en el Salmo 69, donde se lee: “Me dieron a comer veneno, y en mi sed me dieron a beber vinagre”. Este Salmo desahoga las lamentaciones de un servidor de Dios perseguido. Es un siervo de Dios en las sombras de la ley mosaico, pero algunas tribulaciones de este siervo de Dios hacen presentir la pasión del Mesías. Por ello lo cita el evangelista, mas adelante en el mismo Salmo 69, el siervo exclama: “esperé que alguien se compadeciese, y no hubo nadie, alguien que me consolase, y no lo hallé. Me dieron a comer veneno, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Sal 69, 21 – 22). Esto lo hacemos cada que ignoramos las necesidades de quien está a nuestro alrededor, de quien desea ayuda, cuando dejamos que las cosas pasen y evadimos nuestra responsabilidad, cuando negamos la existencia de Dios o blasfemamos contra Él.

Es así, como una vez más estamos ante este Jesús, nuestro Mesías y Salvador. La pobre misericordia que se le ha hecho con esas gotas de vinagre, ¿bastará para aliviar a Cristo? En el Evangelio está claro que en muchas ocasiones pide Jesús que esa compasión y misericordia que se quiere hacer con Él, se haga a sus miembros. Lo tremendo es que la indigencia física que Jesús sigue sufriendo hasta el fin de los tiempos en los seres que son suyos-as las y los más pequeños, como nos suele llamar Él, porque por nosotros dio el precio de su sangre, varias veces esta descrita en el Evangelio con la imagen de la sed: “el que diere de beber a uno de estas o estos pequeños, tan solo un vaso de agua fresca, porque es mi seguidor os digo en verdad que no perderá su recompensa (Mt 10, 42). En verdad os digo: todo lo que hicisteis a uno de mis hermanos o hermanas a mi me lo hicisteis.

No tenemos pues escapatoria: socorrer la indigencia, la tristeza, la soledad, el hambre y el desplazamiento del mundo, curar las llagas de Jesús en los más irreconocibles y desfigurados de sus miembros, es condición indispensable de los que nos llamamos cristianos. Y estas llagas son espantosas. Cristo sigue en agonía hasta el fin del mundo.

A la sed física que atormentaba a Jesús, se añade la sed de su deseo de salvar al mundo y llevar la felicidad a los hombres y mujeres. “¿En realidad quería Cristo beber cuando le pidió a la Samaritana: “Dame de beber”? y cuando dice sobre la cruz “Tengo sed” ¿De qué tenía sed Jesús, sino de nuestras buenas obras? Sobre la cruz dijo: “Tengo sed” pero no le dieron aquello de lo que tenía sed. El tenía sed de ellos, y le dieron vinagre”.

Y hoy continúa haciéndolo, nos dice diariamente que necesita de nuestros corazones, nuestros pensamientos, agradecimientos y vidas para así saciar su sed y la nuestra, su sed de justicia, amor, esperanza, libertad y perdón porque al calmar su sed, se calma la nuestra, ya que con Dios nuestras penas se convierten en gozo. El pensaba en cada uno de los seres humanos en su agonía, la sangre que derramó por nosotros. Tengamos en cuenta que Jesús le pidió a su padre, que le evitará este dolor, a Él no le gusta sufrir, como a ninguno de los que estamos aquí nos gusta, entonces, recordamos los momentos en que hemos sufrido y que dolores iguales o mayores vivió Jesús. ¿Quién nos puede entender mejor?

¿Cuándo estamos mal, Jesucristo es quien está a nuestro lado, sosteniéndonos en sus brazos evitando que nuestra desgracia sea mayor. Nuestras infidelidades de hoy y de mañana lo torturan. Desolan su angustia por cada una de las personas que estamos aquí, murió conscientemente. Pero la agonía de Jesús se extiende a toda la tragedia humana. Él estará en angustia hasta el fin del mundo.

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